El fantasma de la recesión planea sobre la economía española. Esta fase del ciclo llegaría después de la recuperación y posterior expansión que trajo el final de la pandemia y el gasto del ahorro acumulado, y que no llegó a alcanzar el auge debido al estallido de la guerra de Ucrania. Existen muchas variables para determinar este escenario de disminución en la actividad económica, aunque no siempre es fácil de prever. El PIB es el principal factor a tener en cuenta, pues si su evolución es a la baja durante dos trimestres seguidos se entiende que la recesión ha llegado. Si, además, esta caída del PIB llega de la mano de una alta inflación, se entraría en estanflación, un escenario muy difícil de manejar, por eso los bancos centrales están tratando de relajar el IPC con subidas de tipos. A estos valores se les une también el trabajo, tanto el desempleo como la retribución. En este sentido, si sube el paro y bajan los sueldos, se suman más ingredientes para el pesimismo.

Hay otros aspectos que, si bien tienen un carácter más secundario, también entran en la ecuación a la hora de valorar si estamos a la puertas de una recesión económica. Hablamos de aquellos que guardan relación con el consumo y la inversión. La pérdida de poder adquisitivo hace que la demanda se vuelva más prudente y se incline por el ahorro, y este retraso en la toma de decisiones hace que caiga la adquisición de bienes como coches o viviendas. En cuanto a la inversión, la preocupación en los mercados crece cuando se produce un aplanamiento o flattening en la curva de tipos, ya que esto significa que la rentabilidad de las inversiones a distinto plazo se está igualando, y lo normal es que a corto plazo se obtengan más beneficios que a largo, debido a que se asumen un mayor riesgo.

¿Habrá recesión económica en España?

Las opiniones son bastante contradictorias. Hay expertos que opinan que hace varios meses que entramos en recesión, mientras que otras voces admiten que nos queda muy poco para dar el salto a esta fase del ciclo económico. Sin embargo, también están los que creen que España está en una posición ventajosa y no arrojará valores de crecimiento negativo, aunque sí es posible que crezca de forma algo más lenta. Lo cierto es que la amenaza ya ha sido confirmada por el Banco Central Europeo, pero restándole cualquier tinte dramático. Desde el instituto emisor europeo admiten que no se retrocederá hasta el punto de la depresión que tuvo lugar durante la crisis de 2008, pero sí que vaticinan una ralentización puntual que no se alargará demasiado en el tiempo. En este sentido, hay que recordar que no todas las recesiones son iguales. Mientras que la de la burbuja inmobiliaria fue claramente especulativa, la actual se fundamenta en la incertidumbre, tanto de las empresas como de las familias.

Mientras que UBS admite que la Eurozona ya ha entrado en recesión debido a los precios de la energía, Morgan Stanley predijo este escenario para el trimestre que ahora comienza. Por su parte, Goldman Sachs también comparte esta visión nada satisfactoria del devenir económico en el Viejo Continente, basándose en el PMI manufacturero de la Unión Europea, que se situó en agosto en el 49,6. Cuando este indicador, que mide la confianza de los directores de compra en el sector industrial, baja de 50 puntos, significa que se camina hacia la contracción. No obstante, el CAI, que es un índice de actividad económica elaborado por esta entidad, arroja un incremento del 2,3% en España, mientras que en otros países de nuestro entorno la tendencia hacia al ralentización es clara. En la misma línea, Bank of America señala que España evitará la recesión técnica, estimando la previsión de crecimiento de España para 2022 en el 4,4%. En cualquier caso, este momento se trasladaría a 2023, como admiten otros organismos como BBVA Research o el Consejo General de Economistas.

La inversión en recesión. ¿Qué decisiones tomar para protegerse?

El primer consejo que deben tomar en consideraciones los inversores cuando se avecina una recesión es mantener la calma y no dejarse llevar por el pánico. La volatilidad de los mercados durante la recesión es muy alta, así que no es recomendable hacer grandes operativas mientras duren los altibajos. Las pérdidas que pueden experimentar determinadas acciones puede ser enormes, lo que exige nervios de acero y mucha cautela para evitar la tentación de deshacer posiciones. La diversificación y la visión a largo plazo suelen ser los modelos a los que aferrarse, y no solo ahora, sino a lo largo de toda la carrera como inversor. Por otro lado, hay inversores que aprovechan los rebotes para ejecutar compras precisamente en este contexto, haciéndose primero con liquidez y aprovechando los precios de derribo. Para acertar y sacar verdadero provecho de esta oportunidad, hay que acumular años de experiencia y tener una tolerancia al riesgo muy alta.

Mirar hacia inversiones refugio es otra de las claves. Los sectores defensivos son los puertos donde recalan los inversores preocupados por su patrimonio. En la bolsa hay empresas anticíclicas que soportan bien estos embates y reportan dividendos interesantes, como el sector sanitario o empresas tecnológicas con una trayectoria muy dilatada. También se suelen buscar respuestas en metales preciosos, productos de primera necesidad y ciertas materias primas. Igualmente, la renta fija toma más relevancia porque proporciona más seguridad. Con la reciente subida de tipos, los bonos soberanos o la deuda corporativa se vuelven más apetecibles, siempre y cuando sean de calidad. El inmobiliario es otro de los destinos favoritos en época de dificultades. La vivienda es una inversión que protege de la inflación, pero el encarecimiento de las hipotecas resta accesibilidad a la compraventa. Hay que considerar que comprar un inmueble físico no es la única forma de entrar en la inversión inmobiliaria. Existen fondos de inversión especializados, y también se puede recurrir a llevar capital a alguna SOCIMI o comenzar a optimizar el ahorro por medio del crowdfunding inmobiliario. Es por ello que CIVISLEND puede ser una forma extraordinaria de añadir un activo descorrelacionado a una cartera de inversión.