El depósito bancario es, sin duda, el producto de inversión más popular entre los ahorradores españoles. Con un perfil de riesgo realmente bajo, este vehículo es ideal para los ciudadanos más conservadores, que buscan dónde colocar su dinero de forma segura y a un plazo fijo, previamente pactado con el banco. A cambio, una vez pasado el tiempo estipulado, el cliente recibe un rendimiento que, además, es conocido desde el primer momento. Este método de ahorro sigue siendo muy importante para los hogares. Según el Banco de España, a finales de julio el importe de los depósitos bancarios de las familias alcanzó los 942.800 millones de euros, la cifra más alta de la serie histórica iniciada en 1989. En este sentido, estos vehículos crecieron un 5,6% respecto a julio de 2020, lo que se traduce en un incremento de alrededor de 50.000 millones de euros.

depósitos bancarios

De los datos ofrecidos por el instituto emisor español se deduce que, durante la evolución de la pandemia del coronavirus, los hogares han seguido encontrando en los depósitos el mejor método para poner a salvo su capital, sobre todo, porque saben que su dinero está protegido por el Fondo de Garantía de Depósitos de Entidades de Crédito hasta un máximo de 100.000 euros. En momentos de incertidumbre económica como el actual, lo normal es que los ciudadanos se resistan al consumo, y así ha quedado demostrado durante los meses más duros de la COVID-19, en los que los bancos han captado más fondos procedentes de las familias. Así, según datos de Inverco, el ahorro canalizado a través de depósitos bancarios sumado a las cuentas a la vista y al efectivo alcanzó los 989.878 millones de euros en 2020, el 42% del ahorro financiero de las familias. La otra cara de la moneda es que este casi billón de euros apenas ofrece rentabilidad a cambio. De hecho, por efecto de la inflación, incluso se ha depreciado, lo que ha mermado el poder adquisitivo de los ahorradores.

Los depósitos bancarios siguen siendo el método de ahorro favorito de los hogares españoles. La seguridad que ofrece este producto es inversamente proporcional a su rentabilidad, que desde la crisis de 2008 ha ido a la baja

La reducción drástica de rentabilidad lleva afectando a los depósitos desde que el Banco Central Europeo reaccionó a la gran crisis financiera. La política de tipos de interés al 0% aplicada por organismo ha presionando a la baja el rendimiento de los depósitos hasta convertirlos en simples contenedores de ahorro o, incluso, en productos atados a rentabilidades reales negativas. De este modo, el rédito de los depósitos fue cayendo en picado desde los máximos de dos dígitos de antes de la recesión económica de 2008 a menos del 1% actual. En cualquier caso, el recorte que está aplicando la banca a estos productos de ahorro no está siendo simétrico. Es cierto que las cuentas a la vista en julio de este año apenas están siendo remuneradas con un 0,02%. Igualmente, los depósitos a un año pagan un exiguo 0,01%, pero los depósitos a un plazo de entre uno y dos años están poco a poco recuperando cierto tono para evitar la fuga de clientes. Así, han ido subiendo del 0,06% de diciembre de 2020 al 0,46% actual.

En cualquier caso, aunque la banca todavía se resiste a cobrar por el mantenimiento de los depósitos a los clientes particulares, sí que está aplicando de forma generalizada comisiones por la gestión de las cuentas sin vinculación, es decir, aquellas a las que no está unida el cobro de una nómina, pensión o subsidio por desempleo. Con todo, hay bancos que exigen la domiciliación de recibos, la contratación de un seguro o un gasto mínimo mensual a través de la tarjeta de crédito para librarse de esta cuota de mantenimiento. Aunque hay excepciones con depósitos que generan algo de beneficio, no aceptar cierta exposición a la hora de invertir revierte en pérdidas. Es por ello que llegará un momento en el que el cliente que renueva año tras año su depósito verá que sus ahorros crecen de forma mínima o nula, y por eso abandonará su postura inmovilista, se informará y decidirá buscar alternativas rentables asumiendo cierto riesgo.

El crowdlending es una alternativa de inversión no exenta de riesgo, pero las plataformas de financiación participativa tratan de minimizar la exposición de los inversores verificando la solvencia de los promotores de los proyectos

Las personas fieles a los depósitos tienen un perfil conservador en el que la aversión al riesgo juega un papel crucial, Hablamos de personas que confían en su banco de siempre, por eso apuestan por un recurso fácil, que no exige amplios conocimientos financieros y que aporta tranquilidad. Hay un porcentaje muy amplio de la población que cree firmemente que tanto la bolsa como otros productos de inversión más complejos son patrimonio exclusivo de personas con un elevado patrimonio y que cuentan con asesoramiento profesional. Además, nadie duda de que los escándalos que saltaron en su momento a las primeras páginas de la actualidad relativos a productos bancarios vendidos a personas con baja cultura financiera son un obstáculo para que otros vehículos de inversión se popularicen en la sociedad.

invertir en el sector inmobiliario

Por otro lado, aunque la vivienda es un valor refugio, no todo el mundo dispone de la liquidez suficiente como para comprar un inmueble al contado. Sin embargo, existen otros métodos para invertir en el sector inmobiliario. Uno de ellos es el crowdlending inmobiliario que promueven plataformas como CIVISLEND, donde el riesgo se minimiza aplicando estrictos controles para verificar la solvencia de los promotores que buscan financiación por medio de inversores particulares. Estos filtros también ponen a prueba la viabilidad de los proyectos. Hay que considerar que los inversores no acreditados tienen limitada su inversión a 3.000 euros por proyecto y a 10.000 euros anuales en el total de plataformas. El crowdlending es una opción real que ya se está extendiendo en España. Sin duda, aquellos que han tenido su dinero “durmiendo” en depósitos empezarán a trasladar pequeñas cantidades a plataformas que, como CIVISLEND, apuestan por la economía real y por el entendimiento entre inversores y promotores.