Uno de los frenos más recurrentes para la inversión es la existencia de pagos pendientes. Cuando se excede la capacidad de endeudamiento, ya no es que sea complicado hacer que el dinero trabaje por nosotros, es que resulta realmente difícil ni siquiera ahorrarlo. Hay quien postula que antes de plantearse el contar con cierta reserva de capital, lo principal es liquidar todas las deudas que tenemos. Sin embargo, también están los que aseguran que es posible hacer frente a las obligaciones contraídas respecto a nuestros acreedores y, al mismo tiempo, construir un futuro a través del ahorro y la inversión. ¿Es mejor cubrir ambos aspectos? Hay una serie de factores que tendremos que considerar para ver si podemos cumplir con nuestros compromisos económicos y con el objetivo de ganar libertad financiera de forma simultánea.

El primer paso es hacer un análisis de nuestra deuda

No todo el mundo se endeuda de la misma manera. La creciente inflación que estamos experimentando está elevando los niveles de estrés financiero de la población. Este hecho, unido a la falta de educación financiera, lleva a muchos a contraer responsabilidades difícilmente asumibles. Al final lo que se produce es una situación insostenible: se piden créditos para pagar otros créditos, entrando en una espiral que desata una frustración enorme y que acaban generando un problema de ausencia de control sobre nuestras finanzas. Es por ello que es importante saber qué tipo de deuda es aceptable y cuál no lo es.

La deuda buena

Es aquella que se destina a la adquisición de productos que se van a revalorizar. En realidad, es inversión con apalancamiento. Un ejemplo clásico es la hipoteca de una casa. Aunque la crisis de 2008 tiró por tierra el mito de la vivienda nunca pierde valor, lo cierto es que no es lo habitual. Un piso siempre será un activo que aumente de precio a medida que pase el tiempo, siempre y cuando se mantenga en buen estado y esté situada en una zona consolidada. Al convertirnos en propietarios no solo estamos sacando de la ecuación un gasto que cae en saco roto, como el alquiler, sino que lo que podremos obtener con su venta en un futuro superará el coste de la financiación y el resto de gastos asociados a su compra y puesta a punto, tales como los impuestos o las reformas.

También se considera deuda de calidad aquella que se adquiere con el objetivo de reportarnos ingresos. Pensemos en un máster o en cualquier otra formación. Hay quien pide un préstamo para poder costearla, pero si llevamos este conocimiento a la práctica y le sacamos partido montando un negocio, por ejemplo, su coste estará más que justificado.

La deuda mala

Atiende a dos claves. Por un lado, se trata de gastos que no son realmente necesarios, y por otro lado, está definida por unas condiciones de pago poco atractivas, e incluso, abusivas. En este grupo entrarían, por ejemplo, la compra de productos a plazos con los que podríamos pasar sin que ocurriese nada. A veces, es la presión social la que acaba por subirnos al tren de las necesidades creadas. Si tenemos un móvil que funciona bien, ¿por qué endeudarnos por un modelo superior que apenas crece en prestaciones?

Igualmente entrarían aquí aquellos bienes cuya vida útil es más corta que su plazo de amortización. Es el caso de unas vacaciones pagadas por medio de un préstamo. Lo ideal sería ahorrar para pagarlas en efectivo y, si no es posible, considerar otras opciones más baratas que nos podamos permitir sin tener que recurrir a pedir dinero a terceros. Es muy peligro porque se entra en un círculo vicioso que esconde un TAE disparado y comisiones como créditos rápidos al 15% de interés o tarjetas revolving.

Si pagamos las deudas antes de ahorrar

Es común escuchar que el camino a la inversión comienza con dos pasos previos: liquidar la deuda y construir un fondo de emergencia. Este sería el orden lógico, puesto que una vez liberados de los compromisos financieros la capacidad de ahorro aumenta enormemente, de modo que podemos concentrarnos en optimizar de verdad nuestros ingresos y acortar distancias a la hora de alcanzar nuestras metas. Además, darle prioridad a saldar lo pendiente y amortizar anticipadamente permite reducir los intereses, que es una forma de ahorrar al fin y al cabo. Hay quien prefiere decantarse por esta opción también por el bienestar psicológico que produce no estar atado a un pago fijo y no deber dinero a otros. El problema es que si no ahorramos, aunque sea una mínima parte, estaremos desprotegidos frente a cualquier emergencia.

Si los intereses de los préstamos que tengamos superan los dos dígitos, siempre será mejor poner el foco en pagar antes que ahorrar, y hacerlo lo antes posible, en un plazo que no vaya más allá de medio año. Obviamente, hay obligaciones que es imposible finiquitar en tan poco tiempo. Una hipoteca ocupa varias décadas, pero es una deuda buena y con un TAE ajustado. Incluso los más ricos se hipotecan porque el rendimiento que obtienen invirtiendo supera los intereses de esta clase de préstamo.

Si ahorramos y pagamos las deudas al mismo tiempo

Ahorrar es una tarea complicada que exige disciplina, pero es altamente recomendable. Da igual el nivel de ingresos que se tenga. Este hábito debe instaurarse porque por muy insignificante que nos parezca lo que somos capaces de no gastarnos, con el paso del tiempo dará sus frutos. Además, cuanto antes convirtamos el ahorro en un hábito, mejor. Ver cómo lo que vamos apartando cada mes crece sin dejar de lado los gastos contraídos produce una gran satisfacción, nos reconcilia con el dinero y nos devuelve las riendas de nuestra economía personal. Sentirse respaldado por un colchón financiero ayuda a tomar conciencia de lo que necesitas y de lo que no.  Igualmente, no es menos cierto que al retrasar la entrada en el mundo de la inversión se desaprovecha el poder del gran aliado de esta actividad: el interés compuesto.

Para librarse de las deudas de manera escalonada, hay dos fórmulas efectivas. Uno es el método ‘bola de nieve’, que consiste en pagar primero la deuda más pequeña e ir avanzando hasta la de mayor cuantía. El otro es el método ‘avalancha’, que se centra en liquidar en primer lugar la deuda con el interés más alto. El primero motiva más porque da la sensación de que las deudas desaparecen antes, pero lo cierto es que con el segundo, aunque no se ven resultados inmediatamente, se tarda menos en ser libre y se ahorra más a largo plazo.