Los dos últimos años han puesto contra las cuerdas la economía a nivel global. Si bajamos al nivel del ciudadano de a pie, las finanzas personales han tenido que hacer frente a tiempos realmente difíciles, una situación que se ha prolongado hasta el momento presente. La crisis sanitaria y sus restricciones elevaron el paro a sus máximos, al tiempo que muchos empleos sobrevivieron de forma artificial gracias a la expansión de los Expedientes de Regulación de Empleo Temporal (ERTE). Cuando ya abrazábamos una nueva normalidad y el ahorro pandémico afloraba, dábamos un paso atrás debido al estallido de la guerra en Ucrania, un factor que disparó una inflación que ahora trata de suavizarse a través de la subida de tipos de interés. El bolsillo de los españoles se resiente, pero también la salud mental. Cuando la mala racha depende de uno mismo es más fácil responsabilizarse y salir adelante, pero cuando los cambios escapan a nuestro control, se asume una postura pasiva denominada indefensión aprendida que tiene consecuencias negativas en el modo en el que nos relacionamos con el dinero, afectando al ahorro, a la inversión e, incluso, a la vivienda que habitamos.
¿Qué es la indefensión aprendida?
A finales de la década de los años 60, el psicólogo estadounidense Martin Seligman realizó una serie de experimentos que le llevaron a formalizar la teoría de la indefensión aprendida y cómo esta se relaciona con la depresión. Lo que se postula es que cuando una persona se encuentra con un ambiente dado y llega a la conclusión de que no puede modificarlo, adopta una actitud de indiferencia, aceptando de forma sumisa que no puede cambiar nada. Ese factor externo que cambia por completo nuestra relación con todo lo que nos rodea desencadena un comportamiento apático, influyendo negativamente en nuestro estado de ánimo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya apuntó que en el primer año de la COVID-19 la prevalencia mundial de la ansiedad y la depresión aumentó un 25%, siendo especialmente notable entre la población más joven. Aunque realmente sí que existen mecanismos para hallar una salida y darle la vuelta a este contexto, las sensaciones de bloqueo y de que cualquier esfuerzo será en vano están tan interiorizadas que preferimos dejar de ser dueños de nuestro destino y disociarnos respecto a ese entorno hostil, lo que nos lleva a tomar decisiones de ahorro e inversión erróneas.
Consecuencias de la indefensión aprendida en nuestras finanzas
Ante la amenaza de una recesión, el ahorro se dispara. Nuestro cerebro suele funcionar así: tratamos de acumular reservas mientras todavía nos vaya bien para estar más preparados económicamente frente a la adversidad. Se trata de algo natural, ya que el dinero es muy miedoso, y ante un entorno carente de certidumbre se pone a cubierto. Esta tendencia a buscar refugio cuando vienen mal dadas ha hecho que en lo que llevamos de año los hogares españoles hayan colocado 38.000 millones de euros en depósitos, situando el ahorro total acumulado cerca del billón. Pero la respuesta ante la duda del mañana puede ser la contraria y llevarnos a gastar en vez de a guardar. El problema de la indefensión aprendida es que se pierde el foco. La errónea ausencia de control traslada la culpa a cualquier cosa menos a nosotros mismos, por lo que el presente y la recompensa instantánea cobran más relevancia que el largo plazo y disfrutar de una jubilación sin estrecheces.
Por otro lado, muchos defienden la idea de que el conflicto bélico no está haciendo mella en España, y que si bien es cierto que la inflación se nota a la hora de ir al supermercado, por ejemplo, en realidad no es para tanto porque la terrazas siguen estando llenas. Este pensamiento que esquiva la realidad en la que nos encontramos inmersos es en el fondo un mecanismo de defensa, pero su asimilación solo nos reportará desprotección. Distanciarse de lo que está por venir es la respuesta emocional de los que ya no pueden aceptar más adversidades, por eso prefieren aferrarse a la disociación y disfrutar mientras puedan. El efecto de esta desconexión nos empujaría a apreciar lo que tenemos basándonos en que podríamos estar mucho peor. Desde esta situación de falso privilegio optamos por evadirnos y darle más importancia a las cosas que nos hacen sentir bien, lo que incrementa los gastos superfluos y nos desvía de nuestros objetivos financieros.
Consejos para evitar la indefensión aprendida
Para reponerse del shock y reponerse de la mejor manera posible deberás poner de tu parte. Es cierto que hay determinados factores que influyen, pero hay que negarse en redondo a digerir lo que venga como algo inevitable. Si se ha perdido el trabajo, conseguir un nuevo empleo se podría dilatar en el tiempo más de lo razonable. Nadie duda de que esta es una situación poco deseable porque no solo obliga a apretarse el cinturón cada día más, sino porque nuestra mente puede acabar por convencernos de que somos unos fracasados, y de ahí a darnos por vencidos hay un paso. Sin embargo, la capacidad de resiliencia recae únicamente en uno mismo: resignarse no es una opción porque no conduce a la felicidad. Es por ello que resulta fundamental despertar nuestra conciencia financiera y darnos cuenta de que la llave para gozar de una mejor situación financiera está en nuestra mano.
Recordar que estamos ante una carrera de fondo y no ante un sprint nos devolverá a la realidad. Establecer una relación sana con el dinero pasa por sentarse y analizar al detalle nuestros gastos e ingresos. Hacer una foto clara de a dónde va a parar lo que ganamos nos ayudará a realizar una planificación financiera más ajustada, en la que lo inmediato no desempeñe el papel central. Igualmente, mantenerse activo y motivado es crucial. Precisamente, los estímulos positivos son algo que los primeros resultados son capaces de alimentar para orientarnos en la buena dirección. Si vemos como mes a mes nuestro ahorro crece o como nuestros primeros pasos como inversores comienzan a ser satisfactorios, ganaremos confianza.