Todos conocemos a ese amigo que no mira lo que gasta o que gasta más de lo que tiene. En ocasiones, no hará falta buscar ejemplos alrededor, sino que bastará con mirar hacia nosotros mismos. Este estado de apatía hacia nuestras finanzas personales es denominado ceguera financiera. Aunque pueda resultar inofensivo, en realidad es una bomba de relojería, sobre todo, si nos paramos a pensar en el largo plazo. Si uno se da cuenta de que llega a fin de mes con dificultades, es imposible ahorrar nada y asimilamos el endeudamiento como una costumbre, es hora de hacer saltar las alarmas y evaluar seriamente por qué nos somos capaces de tener una economía más sana y adaptada a nuestras posibilidades. El perfil típico de inconsciente financiero es aquel que no se preocupa lo más mínimo de cuánto tiene en su cuenta hasta que el banco le avisa de que tiene saldo negativo. Pero más allá de vivir al día sin pensar en el mañana, también están aquellos cuya única estrategia es la patada hacia adelante: piden préstamos para pagar otros préstamos, usan la tarjeta de crédito para responder a gastos fijos como la cuota hipotecaria o la renta del alquiler o financian la compra más insignificante mediante el pago a plazos.

En el fondo, la ceguera financiera es una suma de malos hábitos y de una absoluta falta de educación financiera. A veces, las personas que miran hacia otro lado ni siquiera tienen la intención de corregir sus errores y tomar por fin el control de sus ingresos para convertirse en un ejemplo a seguir. Se dejan llevar por el consumo impulsivo y por el «a vivir que son dos días», confiando más en la suerte de una lotería que solucione todos sus problemas que en la gestión coherente y disciplinada de su capital. Esta postura desemboca, en la mayoría de los casos, en serios problemas de solvencia. Además de afectar de forma negativa a la salud, generando cuadros de angustia y ansiedad debido al estrés financiero de no saber cómo vamos a afrontar las deudas, es posible que lleguen a presentarse situaciones de no retorno, como la pérdida de bienes, dado que el impago desemboca en embargos si no se toman medidas urgentes. La bancarrota es una amenaza que siempre anda detrás de los que sufren ceguera financiera pero, afortunadamente, es posible despertar y dejar de vivir en piloto automático gracias a la planificación y la determinación.

La matriz de los cuatro estados de conciencia financiera

Para alcanzar la conciencia financiera primero tenemos que ser conscientes de que hay que asumir cambios drásticos en el modo en el que nos relacionamos con el dinero. No hay que confundir consciencia con conciencia: podemos ser capaces de percibir que algo va mal, pero seguir sin hacer nada, aunque luego nos pese en términos morales. El camino hacia la conciencia financiera pasa por cuadro cuadrantes. Esta teoría fue desarrollada por Martin M. Broadwell por medio de las cuatro etapas de la competencia. El modelo nos muestra cómo pasar de la ceguera financiera a un estado en el que somos plenamente aptos para valorar, asimilar y decidir lo que es mejor para nosotros por medio del aprendizaje y la práctica meticulosa de una serie de hábitos.

  1. Inconsciente e incompetente

En este nivel de libertad financiera se está muy lejos de lograr vivir sin preocupaciones, básicamente, porque todavía no se ha tocado fondo. Muchos de los que transitan por este estado incluso niegan la utilidad de las educación financiera por una simple cuestión de ego. No se toman la molestia de aprender porque opinan que invertir es para ricos y que con el salario que tienen no vale la pena el esfuerzo. También se situarían aquí las personas que, quizá sean conscientes de que deben hacerlo mejor, pero les invade la pereza y se refugian en la apariencia y en el autoengaño. En vez de empezar a buscar información, todo se les hace un mundo y prefieren procrastinar, perdiendo el tiempo con cualquier cosa antes de pararse a pensar.

  1. Consciente e incompetente

A este estado se llega cuando de repente ha saltado la chispa y somos conscientes de que necesitamos un cambio en nuestras rutinas financieras. Este despertar es una buena noticia, ya que por fin estamos en disposición de adquirir conocimientos que nos permitan saber cuánto gastamos y en qué. Es el momento en que, ya sea de motu propio o por medio de ayuda externa, nos ponemos a trabajar para dar un giro a nuestra vida y a nuestro bolsillo. Para llegar hasta aquí hay que tener la mente abierta y dejar de un lado la falta de autoestima. Todos somos capaces de ahorrar e invertir para tener un futuro más cómodo, y el primer paso es hacer un balance de ingresos y gastos al detalle, analizar nuestras necesidades presentes y futuras y decir adiós a ciertos desembolsos que ponían en riesgo otros compromisos de pago más vitales.

  1. Consciente y competente

Tras haber realizado un análisis exhaustivo de nuestras finanzas y haber acumulado muchos datos sobre métodos para optimizar nuestro ahorro, llega el momento de pasar a la acción. Es posible que todavía tengamos dudas y que queden algunos puntos por pulir, como terminar de definir nuestro perfil de inversor, definir nuestros objetivos o decidir en qué horizonte de inversión nos movemos. Aunque el asesoramiento profesional es un estupendo recurso, podemos actuar por cuenta propia, y a base de ensayo y error, lograremos alcanzar el grado de expertos. Es una cuestión de tiempo, y muchas veces, tendremos la tentación de darnos por vencidos, pero debemos recordar que el seguimiento es imprescindible y que la satisfacción, ya no solo de llegar a fin de mes y tener nuestras deudas cubiertas, sino de recibir beneficios por las inversiones que vamos realizando, es enorme.

  1. Inconsciente y competente

Todo esfuerzo tienen su recompensa, y el estado final de conciencia financiera es el premio a nuestro tesón. Cuando tengamos interiorizada la costumbre de tener todo organizado y seguir una hoja de ruta diseñada a nuestra medida, ya no querremos volver atrás. Desde nuestra posición de maestros, será poco probable que volvamos a caer en esas conductas erráticas respecto a nuestras finanzas que en el pasado nos tenían siempre al borde del precipicio. Vamos reequilibrando nuestra cartera para alcanzar las metas que nos hemos propuesto sin perder de vista nuestro presupuesto. Y todo de forma natural, sin que suponga un derroche de energía. Una vez aquí, todo lo que venga será positivo.